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La década ochentosa y el renacimiento

Para quienes empezamos a escuchar música a principios de la década del 80, no dudamos en afirmar que fue la mejor música jamás creada. Aunque es claro que existe una íntima relación entre nuestro gusto y los procesos artísticos de los que somos testigos contemporáneos. Lo que suena en la radio hoy, seguramente será la mejor música para los oyentes de este tiempo. ¿Entonces?

No es posible disociar la temprana adolescencia y la primera juventud con el contexto histórico musical; siendo la música un elemento constitutivo identitario esencial. La radio, la discoteca o un recital a principios de los ochenta sonaban de manera más o menos igual.

“La música de mi época”, - ¿cuál? - La pasada - ¿La presente no lo es?

Después de transitar tres décadas de vida de aquello, es finalmente la nostalgia la que comienza a caracterizar de subjetividad la preferencia por la música de juventud. ¿Por qué? Porque la juventud es el momento más sublime en nuestras vidas: hay energía, vitalidad, ganas de probar y cambiar cosas. Y la añoranza por ese tiempo bien vivido (e irrecuperable) se vuelve mágicamente presente en ese momento que decidimos volver a escuchar esas canciones. Una vez más!

Como cualquier proceso histórico, el almanaque no alcanza a determinar con precisión las fechas de inicio o fin cuando nos referimos a la música ochentosa. Tiendo a creer que la producción artística de mediados de los 70´s y hasta fines de 1986, u 1987, es la que deberíamos llamar ochentosa. La distorsión de la guitarra eléctrica, la incorporación de los teclados preseteados, los arreglos orquestales y armonías y melodías ricas en matices fueron la característica predominante. Para diferenciarla de las venideras, plenas sólo de ritmo y escasa o nula melodía, o timbre.

Paralelamente, la industria logró producir aparatos con una fidelidad auditiva maravillosa; el estéreo y el dolby; los auriculares profesionales, que de a poco pudieron ser de acceso mas o menos mayoritario.

Otra cosa; es cierto que la música está presente en casi todos los ámbitos de nuestras vidas: desde una publicidad televisiva hasta un ringtone de celular. La gente recurre a la radio por compañía y se acostumbra al ritmo de moda. ¿Le gusta la música? Probablemente, pero al finalizar esa programación se termina su interacción con la música. ¿Nos pasaba igual? No. Nos gusta la música con fervor cuasi religioso: comprábamos discos, revistas especializadas y concurríamos a recitales. ¿Cuándo dejamos de tener ese comportamiento? Sucedió de manera más o menos gradual. Y justo ahí comenzó el recorrido inverso; primero revisitando aquellos artistas o géneros que fueron pasados de largo, y que merecían atención; para terminar en los veinte o veinticinco discos que conformaron nuestra primera discoteca personal, y que nos complicaría tener que optar si tuviésemos que terminar nuestros días en una isla desierta llevando sólo uno.

En este humilde rincón del ciberespacio se han ido amontonando un sinnúmero de referencias artísticas de esa época con el humilde propósito de revalorizarlos, evocarlos y con el fervoroso deseo que el porvenir encuentre estos lugares y que sean el disparador que retome el camino del gusto por la MÚSICA; por el redescubrimiento de la melodía y los timbres instrumentales. Debería ser una movida generacional, antes que una propuesta de la industria.

Ojalá podamos presenciar un renacimiento en breve.

Musicalizadores DJ´s

Bicho noble en la escala zoológica el Dee Jay. Al menos aquel que debió atravesar la década del 80 ( y en Argentina). Con equipos rudimentarios, sin demasiada experiencia, apenas motorizado por el amor incondicional por la música. En los pueblos era así; si te gustaba la música terminabas en una banda desafinando covers o pasando música en la confitería bailable. Ni siquiera las radios habían desarrollado una infraestructura que permitiese la salida laboral del musicalizador. Eso vino un poquito después. Por eso fue tan importante la discoteca como factor de difusión de las nuevas corrientes musicales. Sin programas de radio afines, la única chance que tenía el disquero del pueblo de vender casetes era prestarle la oreja a la música que programaba el DJ. Era una retroalimentación curiosa, pero funcionaba así. Las discotecas eran emprendimientos –en general- autónomos para intentar “pegarla”. Los dueños arriesgaban un capital (usualmente escaso) en infraestructura. Dos parlantes de 12” pulgadas, un amplificador valvular, dos bandejas Sincron, y una mezcladora athoi. Con ese andamiaje los pibes que no se dedicaban a afinar un instrumento, despuntaban el vicio tentando al discotequero a oficiar de dee jay. La actividad no tenía prestigio social; acaso ni fuese el objetivo del operador. Prefería la soledad de la cabina antes que transitar el boliche en busca de pareja de baile. La música esconde una justificación inasible. Después se suma el placer por la manipulación del disco; o el de sostener el pulso para soltar el plato cuando el enganche urgía, y los dedos pasaban simultáneamente de sostener el auricular en una oreja al pitch de la mezcladora para empalmar. Disc Jockey, el dios de la nocturnidad. Baluartes insoslayables en la década ochentosa.

La mejor musica; la ochentosa!

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